(...). Septiembre (...)

Luego de mi viaje a "A", donde he conocido la historia de un desgraciado condenado al más infausto destino, he decidido dirigirme a los bosques de "M", donde se halla el hogar, si puedo decirlo así, del pobre infeliz que en mi narración traigo a cuento.

Creo necesario, sin embargo, hacer del conocimiento de Vd. los pormenores de este infortunio y comprenderá, quizá entonces, la ostensible conmoción que esta historia me causa.

Como Vd. sabe, llegué a "A" la mañana del 1(...), con la intención de profundizar mis estudios sobre las (...), reminiscencias de una tradición secular y de gran predicamento todavía hoy día.

Debo admitir que mi intención era la de una estancia breve, a ser posible menos de un día y la de partir, inmediatamente logrados mis requerimientos, a la confortable ciudad de (...), distante de "A" unas 5 horas de camino.

Las fortísimas lluvias, sin embargo, comunes e impredecibles en esta zona, precisaron la dilación de mi estadía causa de lo intransitable que en consecuencia se tornó el camino.

No haré recuento de los inconvenientes y dificultades que me representaron esa prolongación, primero, por no ser claramente de ningún interés para Vd. y sí del todo inútiles a mi propósito, y segundo, porque me parecerían un lloriqueo infantil, sandio y de necesario sonrojamiento, frente a las vicisitudes comunes a los habitantes de "A", que vano es llorar por cosas tan nimias.

Hecha la economía, le remitiré a mi sexto día en "A", cuando fue noticia que el camino -aún intransitable y agravado por otras precipitaciones- permanecería así a lo menos una semana más, a lo que recibí de 1 y 2, quienes me socorrieron dándome asilo, la recomendación de bajar a la cabaña de 3, que se halla a pocos kilómetros de "A", y empezar a recorrer ya el trayecto de mi retiro.

Y si en verdad resultaba un tramo irrevelante si el propósito era, como era el mío, bajar a la ciudad de (...), hacedero éste o aqueste día sin ningún problema y sin representar en verdad progreso o retroceso alguno, lo hice como sostén moral, pues de no, habría probablemente entrado en una desesperación de consecuencias inestimables.

La caminata y la sensación de haber echado a andar camino, surtieron el efecto moral esperado, aun con mayor grado de lo previsto.

La casa de 3, ubicada a unos cien metros de una vereda que salía del camino, se hallaba bajo la sombra de enormes árboles que característicos de la región, estaban apiñados por toda la zona. Quizá por ello, 3 y familia tenían ese aire taciturno común a los lugares sombríos.

No abundaré sin embargo en ello; salvaré los detalles de la vida ahí llevada, los pensamientos que me asaltaron durante mi estancia y los paseos memorables guiados por 4, la lacónica y exótica hija de 3.

Tampoco haré recuento de las largas charlas, salvo una, y aún en lo sustancial.

Una noche, mientras cenábamos, provenientes del bosque se escucharon unos lamentos tristísimos, los más tristes que jamás haya escuchado. Evidentemente extrañado y lo confieso también, un poco sobresaltado, cuestioné sobre su origen a mis huéspedes, quienes se dignaron contarme una historia sumamente patética.

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