La comparación resulta inevitable: leer a Hobbes es recordar a Sófocles, pero sobre todo, es en Sófocles, —quien logra (si puede decirse eso de quien nació dos mil años antes) sintetizarla en una voz— que se evoca la filosofía política de Hobbes. Y es que en Sófocles, lo decía ya Ángel María Garibay, la política también confluye y no en vano lo llamó el poeta político.
En Ayax, dice Sófocles en voz de Menelao, es un pérfido aquel que, siendo súbdito, no quiere acatar al que tiene el poder. Pues nunca las leyes en una ciudad serían efectivas si allí no reinara el temor.1
¿No se halla allí, concisamente, lo sustantivo que en el Leviatán2 nos quiso decir Hobbes?
¿No se halla allí, concisamente, lo sustantivo que en el Leviatán2 nos quiso decir Hobbes?
Hobbes, hay que decir, creía como Menelao en la necesidad de
un contrato social basado en el temor capaz de garantizar un Estado
fuerte.
Este Estado fuerte y omnipotente, en el que el individuo delega su libertad y derechos, garantiza, a su vez, la paz, pues el hombre, malo por naturaleza y deseoso de poder tras poder que sólo cesa con la muerte, no derivaría sin la capacidad de orden de aquél más que en un perpetuo estado de guerra y de lucha de todos contra todos... como en muchos lugares de América.
Este Estado fuerte y omnipotente, en el que el individuo delega su libertad y derechos, garantiza, a su vez, la paz, pues el hombre, malo por naturaleza y deseoso de poder tras poder que sólo cesa con la muerte, no derivaría sin la capacidad de orden de aquél más que en un perpetuo estado de guerra y de lucha de todos contra todos... como en muchos lugares de América.
Y el trato que Hobbes plantea es ése: obediencia por
protección; abandonarse al Estado fuerte, terrorífico, como medida
contra ese otro terror, menos llevadero, del salvaje y primitivo estado
natural del hombre.
Sin embargo, hecha la comparación, señalemos también la
diferencia, pues sería injusto decir de Sófocles que es un defensor del
autoritarismo, y, más bien, la profundidad de sus personajes débela a su
capacidad de sondar los más contrastantes matices y hacerlos converger —con brillantez, por supuesto— en una misma obra.
1. "Porque
es un pérfido aquel que, siendo súbdito, no quiere acatar al que tiene
el poder. Nunca las leyes en una ciudad serían efectivas, si allí no
reinara el temor. Ni en un ejército se impone la disciplina, si no hay
acatamiento a los jefes. Todo hombre ha de entenderlo: no importa su
enorme estatura, no importa su valentía, también el puede sucumbir al
más ligero desliz. Temor y respeto de sí mismo juntamente, son los que
dan entera seguridad al hombre. Ten bien sabido que donde se tolera la
petulante soberbia y se deja que cada uno haga su antojo, por próspera
que sea, aunque le soplen vientos propicios, lentamente se habrá de
hundir la nave de esa ciudad." (Sófocles, Ayax, trad. Ángel María Garibay K., Porrúa, México, 1962, pp.32-33.)
2. En referencia expresa al poderoso monstruo bíblico homónimo.
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