El porfiriato puede dividirse en dos etapas: la de la conciliación u optimismo (1877-1888), y la del autoritarismo (1888-1910).

La de la conciliación u optimismo no está exenta, por supuesto, de actos autoritarios y represivos, pues de hecho cuando Díaz no logra concertar o establecer acuerdos, hecha mano de la fuerza en sus diversas modalidades.

Hay que recordar que Díaz fue, como militar, muy activo, y que viene a ocupar la presidencia luego de tres intentos fallidos: el de 1867, mismo año de la restauración republicana y del fusilamiento de Maximiliano, en el que se enfrenta en elecciones a Lerdo y Juárez, vencido por éste último; el de 1871, donde es vencido nuevamente por Juárez y en el cual no resignado a la derrota, se levanta en armas con el Plan de La Noria, el que suspende a la muerte repentina de Juárez, en 1872; y el de 1876, cuando Lerdo es reelegido* y Díaz reacciona mediante el Plan de Tuxtepec logrando imponerse y hacerse finalmente del poder.

Es entonces, en 1877, que inicia el primer periodo presidencial de Díaz y la primera etapa del porfiriato, es decir, la del optimismo y la reconciliación.

Díaz, de cepa liberal, se encuentra frente a un estado débil en el que la constitución de 1857 no es llevada totalmente a la praxis, amén de subsistir -evidentemente- diversos proyectos de nación, incluso entre los propios liberales.

Para solucionar lo primero, al menos en apariencia, aplica diversos preceptos constitucionales, también en apariencia.

Respecto a lo segundo, logra en base al clientelismo, cohesionar y unificar a miembros importantes de las diversas corrientes políticas y militares, manteniendo un periodo de relativa paz.

Logra, también, el reconocimiento del extranjero y de los E.U., sin permitir demasiada injerencia de este último que nunca cejó en su intento por beneficiarse a costillas de México, lo que le valió mantener roces y que más tarde E.U., con muchos intereses, apoyara la caída de su dictadura.

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