No mentiré pretendiéndome versado en toda la literatura antigua en
disposición de ser conocida -me dijo-, porque no lo soy; y así, bajo ese
entendido, advertida tal debilidad de cimientos, cuanto concluya deberá
ser por fuerza cosa ligera y ociosa.
Asentí.
No seré nunca tan engreído como para pretender ciertas mis ociosidades y pregonarlas como tales -continúo-, esperando caer en gracia, como muchos hacen, pero tampoco cometeré la aberración de reprimirlas, de soslayar que en todo hay un preámbulo y que en las grandes luces hay siempre grandes sombras, y que los largos caminos exigen largas andanzas y también así de tropiezos, y que aun los pequeños tramos conllevan uno, sobre todo si el que anda es más o menos torpe. Etc.
Lo festejé. Y hechos los dengues, dijo por fin:
Cuando hablamos de Esquilo, el primer gran trágico griego, hablamos casi siempre del hombre vuelto al mundo (del ditirambo a la tragedia), del Prometeo, del gran genio helénico del siglo V, de la democracia en germen y de ésta u otra obra que sorprendiéndonos por el curso que siglos después tomará la historia, muestra antes que Ibsen a la mujer en igualdad de condiciones, a la mujer humana y a la mujer digna.
Interrumpí comentando a Ibsen.
Sin embargo -siguió-, con sus reservas, poco se ha dicho de los pasajes con asomos de terror que nos ofrece en la última parte la trilogía de la Orestiada, cuando Orestes y Clitemnestra sufren los tormentos imposibles de las Erinias vengadoras, acaso una de las primeras literaturas de esas características de que se tenga noticia.
"En el primer tramo del último capítulo, la pesadilla, el suplicio, el desasosiego ante el tormento que se avizora eterno, la sangre de los miembros y los ojos extirpados, los lamentos de quienes gimen en vano eternamente sin hallar oídos ni ser jamás compadecidos, etc., enmarcados en un aire a veces de bruma, son, a reserva de estar exagerando, prolegómenos al género del terror.
"Habrá quien objete como objetando a las reliquias, pero así como no esperamos en Tales el método fenomenológico, no esperemos en Esquilo a Poe, Hoffmann o Stevenson, que sin embargo guardan un enlace sustancial: la verdad en los primeros y el terror en los segundos.
Fin.
Asentí.
No seré nunca tan engreído como para pretender ciertas mis ociosidades y pregonarlas como tales -continúo-, esperando caer en gracia, como muchos hacen, pero tampoco cometeré la aberración de reprimirlas, de soslayar que en todo hay un preámbulo y que en las grandes luces hay siempre grandes sombras, y que los largos caminos exigen largas andanzas y también así de tropiezos, y que aun los pequeños tramos conllevan uno, sobre todo si el que anda es más o menos torpe. Etc.
Lo festejé. Y hechos los dengues, dijo por fin:
Cuando hablamos de Esquilo, el primer gran trágico griego, hablamos casi siempre del hombre vuelto al mundo (del ditirambo a la tragedia), del Prometeo, del gran genio helénico del siglo V, de la democracia en germen y de ésta u otra obra que sorprendiéndonos por el curso que siglos después tomará la historia, muestra antes que Ibsen a la mujer en igualdad de condiciones, a la mujer humana y a la mujer digna.
Interrumpí comentando a Ibsen.
Sin embargo -siguió-, con sus reservas, poco se ha dicho de los pasajes con asomos de terror que nos ofrece en la última parte la trilogía de la Orestiada, cuando Orestes y Clitemnestra sufren los tormentos imposibles de las Erinias vengadoras, acaso una de las primeras literaturas de esas características de que se tenga noticia.
"En el primer tramo del último capítulo, la pesadilla, el suplicio, el desasosiego ante el tormento que se avizora eterno, la sangre de los miembros y los ojos extirpados, los lamentos de quienes gimen en vano eternamente sin hallar oídos ni ser jamás compadecidos, etc., enmarcados en un aire a veces de bruma, son, a reserva de estar exagerando, prolegómenos al género del terror.
"Habrá quien objete como objetando a las reliquias, pero así como no esperamos en Tales el método fenomenológico, no esperemos en Esquilo a Poe, Hoffmann o Stevenson, que sin embargo guardan un enlace sustancial: la verdad en los primeros y el terror en los segundos.
Fin.
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